sábado, 15 de junio de 2013

Desconocidos.

Esa misma mañana me había levantado más nerviosa de lo habitual, no sabía si lo que estaba haciendo era lo correcto, pero la gran sonrisa que lucía en mi cara no desaparecía por nada. Llegué al punto donde habíamos quedado, desgraciadamente para mi había llegado demasiado pronto, aún quedaban un puñado de minutos por delante antes de verle. No dejaba de tocarme el pelo y caminar de un lado para otro moviendo las manos sin ninguna coordinación. Me apoyé sobre la pared de piedra que tenía a mi derecha, entonces oí cómo unos pasos se acercaban. Me estiré el vestido y volví a retocarme el pelo, respiré hondo y dije: ‘Hola’, él me ofreció una sonrisa sin apenas enseñar los dientes. Empezamos a caminar sin un destino fijo, ambos estábamos nerviosos, no sabíamos qué hacíamos allí después de todo, pero realmente tampoco tenía sentido parar ahora. Nos pasamos la mayor parte del trayecto hablando de los pocos puntos que creíamos tener en común, algo de música creo recordar… Me relajé bastante tras los primeros quince minutos, ya empezaba a salir algo de mi personalidad, mi risa sin sentido. Era raro, no habíamos hablado mucho antes de ese día, se podría decir que nada, casi nada. Pero ¿qué más daba lo que hubiese pasado? Sí, te llegué a odiar, lo pasé mal, pero algo cambió y mis ideas también.

Nos paramos en un parque, al lado de la fuente, esa que tantos años llevaba sin agua. Todo estaba tranquilo, encendieron las farolas que había a nuestro lado, ya empezaba a anochecer. ‘¿Y ahora qué?’, pensé. Me puse en frente tuya, tus ojos se abrieron como platos y los míos se cerraron suavemente a la vez que mis brazos te rodearon el cuello, me acerqué más y te besé tímidamente. Pensé que me apartarías, que me mirarías con cara extraña y te irías pensado mal de mí, pero para mi sorpresa tu reacción fue diferente. Te separaste unos centímetros de mi cara, me sonreíste y respondiste con un gran beso. Dejé de acariciar por un momento tu pelo para llevarme una mano a la cara, la apoyé sobre mi mejilla y volví a mirarte. ¿Qué era todo esto?


Desde entonces poco a poco dejamos de ser dos desconocidos para convertirnos en algo más, allí me di cuenta de que las cosas cambian para bien, esa felicidad volvía a estar en mi, nuestros ojos brillaban, sí, podría decirse que ambos éramos felices.