lunes, 20 de junio de 2016

Glaciares de papel

Mi pie izquierdo fue el primero en subir al vagón. Tomé asiento sin tener claro mi destino. No era algo que me importase demasiado.
Cuando el tren se puso en marcha tardó poco en coger una velocidad constante, parecía un viaje agradable, sin ninguna sorpresa. Me limitaba a mirar a través del cristal. Pasaban muchas cosas ahí fuera. Parecía que las estaciones ya no quería seguir su ciclo habitual. Caían hojas a la vez que aparecían nuevas flores y algunos copos de nieve cubrían el suelo. En realidad, todo estaba helado. La ventana comenzó a llenarse de escarcha, pero el resto de pasajeros parecían no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. La gente entraba y salía de aquel sitio sin alzar la vista. "Estarán ocupados", pensé.
Volví a sentarme, en el mismo lugar que antes. Asientos azules con una tela similar al cuero, moqueta en la zona de los pies, algo polvorienta, y algunos reposabrazos aún cumplían su función. La ventana seguía congelándose. Me divertía ver como esa fina capa de hielo cubría toda su superficie. Lo suficiente como para contemplar el espectáculo que estaba ocurriendo en el exterior. Los insectos intentaban polinizar las ramas de los árboles mientras el sol salía por el oeste. ¿Qué sentido tenía todo eso?
Tal fue la distracción que llegamos a la última parada. El tren se paró y el revisor mandó abandonar el lugar a todos los que quedábamos. En la estación hacía calor. Yo estaba tan cansada que apoyé mi espalda contra la pared y cerré los ojos. Cuando los abrí me encontré con una mano pegada al cristal helado. El frío me había dejado los dedos algo doloridos y había invadido casi por completo todo el cristal. Debía separarme si no quería terminar congelada. Por unos instantes pensé en cómo sería vivir con una parte del corazón paralizada por ese factor. Inmóvil.
Nunca supe por qué surgió ese pensamiento, ni tampoco si alguien comprendería esta historia algún día. Quizás si la lluvia brotase de los charcos y los girasoles iluminasen el sol, todo sería más fácil. Pero hasta entonces viajemos por este invierno interminable. Fíjate, allí, parece que la luna ya aparece entre aquellas montañas. Nunca he visto un amanecer tan bonito.