Estábamos
los dos tumbados sobre la cama, sin articular palabra, uno al lado del otro,
con la mirada hacia el techo, con ese punto de nerviosismo que nos
caracterizaba. Pero decidimos sentarnos y apoyar la espalda en el cabecero sin
saber aún qué hacer, un abrazo parecía romper ese momento incómodo. Yo no pude
evitar comenzar a besar tu cuello, ascendiendo, hasta tu boca. Me senté sobre ti,
tú me acercaste más aún poniendo tus manos en mi cadera. Aparecieron tus besos
en el cuello y la pasión se desataba cada vez más, sólo había un problema,
debíamos recordar las normas: “Sólo están permitidos los abrazos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario