viernes, 5 de agosto de 2016

Cuando las flores polinicen a las abejas

Un remolino, un torbellino de emociones. Como si una gran llamarada luchase por salir al exterior. Pero no lo permites. Todo ocurre ahí dentro, donde nadie lo ve. Como si el agudo sonido de una campana fuese cada vez más estridente. Aislado, encerrado en aquella oscuridad que no te permite escuchar con claridad.
Lazos suaves cuelgan del techo. Al menos tus dedos alcanzan el terciopelo que los cubre. Mis brazos deciden no extenderse, privándome de lo que reside unos metros más arriba de
mi cabeza.
Me tumbo en el suelo buscando un pequeño halo de luz. Algo parece atravesar la puerta. Abro los ojos. Las ideas siguen demasiado desordenadas como para que los nenúfares dejen de flotar y descubran el suelo donde agarrarse. Hasta entonces dejemos que las flores polinicen a las abejas y su amable zumbido resuene en nuestros oídos para recordar esta noche de verano como la más fría de la historia.

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